sábado, 3 de mayo de 2008

EL REINO


Ayer, después de haber limpiado, cortado y preparado todos los ingredientes del paté de espinacas que hago desde hace más de 20 años para desayunar durante 15 días, me di cuenta que no teníamos ni aceite de soya ni de oliva ni de nada para licuar esos ingredientes, entonces los licué con agua con mucha rabia y odio sobre todo de mi ex –sapo por considerarlo en ese momento el culpable de que estuviese faltando aceite en casa. Cuando terminé de hacer el paté (en lo que tardo una hora), fui a desayunar y tampoco había pan. Entonces tuve que hacer crepes para mi perra Au-au y para mí con mucha rabia y odio de mi ex –sapo por considerarlo culpable de que estuviese faltando pan. Pero me aguanté y no peleé con él porque ni tenía fuerzas para hablar de tanta hambre. Después del desayuno me arreglé para salir y fui hasta su herrería (que en realidad es mía, porque fue construída con mi dinero sobre mi terreno) y le dije, muy seria, que me acompañara a la ciudad a hacer compras. No sé si él notó en mi voz que yo estaba furiosa pero no refunfuñó como siempre hace cuando le pido algo. Entonces fuimos a la ciudad y yo compré una tela linda para poner sobre las tapas de los frascos de la Mermelada Suiza, e imprimí las etiquetas, y, como él estaba un poco asustado, no se puso, -como siempre hace-, a criticar mis gastos y mis ideas y mis locuras y me sentí súper feliz porque tenía quien cargara el vino, el aceite, el pan, los camarones, y todas las otras cosas que compramos. Y no sé qué pasó pero el Universo debe haber reaccionado a nuestro comportamiento, que, cuando llegamos a la parada del autobús, casi inmediatamente también llegó el autobús más nuevo y lujoso de toda la flota de Teresópolis, entramos y nos sentamos en sus confortables poltronas y el chofer frenaba un poquito cada vez que pasaba por una parada pero no había nadie ni tampoco se bajaba nadie porque los únicos pasajeros éramos nosotros, que nos sentimos como si fuésemos un rey y una reina en nuestra limusina real sobre todo cuando el chofer paró en frente de nuestra casa en vez de dejarnos en la parada. Llegamos en casa, dormí mi pre-siesta mientras él preparaba un delicioso almuerzo, y después de almorzar me fui a caminar por la bella Granja Comarí conversando con mi vecina/mejor amiga/psico-analista y gran cocinera y cuando regresé empecé a leer el interesantísimo libro de Fouad Kamil “The Diamond Curse” (que el propio Fouad me pidió que leyera y criticara) después de haber tocado una hora de piano. En la noche hizo mucho frío y le di gracias a Dios por haberme dado ese ex–sapo para calentarme que en realidad más parece un oso de peluche que un sapo.

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