jueves, 3 de enero de 2008

...la suegra

Hoy, jueves 3 de Enero de 2007, conseguí enviarle por mi nuevo celular Nokia de la TIM un mensaje de texto a mi hijo mayor que vive en Venezuela. Inmediatamente me respondió diciendo que me llamaría al llegar en casa pues estaba manejando. Entonces estuvo una hora hablando conmigo, contándome cómo había recibido el año, y contándome que yo tenía como 2 mil dólares allá pero tenía que irme lo antes posible antes de que el nuevo “bolívar fuerte” se devalúe. Le dije que me parecía eso difícil pues el barril de petróleo había ultrapasado el valor de cien dólares, pero me pidió que le hiciera caso. Como mi segundo hijo me invitó a pasarme el carnaval con él y mi nuera en Cabo Frío, ayudándolos con mi nieto, entonces me iré a Venezuela después de carnaval. Espero que hasta entonces ya haya terminado el gallinero. Hoy traté de hacer los cálculos necesarios para pedir el hierro de las columnas y de la platabanda y ventanas, pero mi suegra no me dejó, hablando y hablando. ¿O sería yo la que hablaba y hablaba? Porque me acuerdo que estuve llorando de risa y después de dolor cuando terminé de contarle la historia de mi tío, el hermano menor de mi papá que murió a los 33 años de edad después de haber sido Presidente interino de la República. Mi papá tenía en nuestra casa de campo un cerro entero cultivado de rosas y malabares donde se la pasaba casi todo el día durante los fines de semana junto con el empleado explicándole cómo debía podar las rosas y cuál la cantidad de abono, etc. Cuando mi tío cumplió un año de muerto mi papá cortó las 12 rosas más bellas del cerro (donde había rosas que los jaladores de mecate le traían de China, de África, de Holanda), para llevarlas al día siguiente al túmulo de mi tío en el cementerio. Mientras tanto las dejó en un jarrón, y yo, que tenía 7 años, le quité a todas las rosas todas sus hojas verdes, “para que se vieran más bonitas”, creyendo que hacía una gracia. Cuando mi papá descubrió la morisqueta, se puso tan bravo que creí que me daría una pela, pero no me pegó sino que se encerró en su cuarto y lo escuché llorando.

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