martes, 25 de marzo de 2008
ERIK
¡Ah, qué maravilla! Ayer se fueron Eric y su abuela, aunque por otro lado eso significa que tendré que ir yo al hospital a visitar a su mamá. Cuando el niño se despertó, su abuela constató que, por primera vez en su vida, el pañal estaba seco, no se había hecho pipí mientras dormía (aunque ya era hora porque dentro de exactamente un mes cumple cuatro años). Confieso que estoy sintiendo falta de sus ”tia”: “tía, mira esto” “tía, mira aquello”,”tía, ¿puedo hacer esto?” “tía, puedo hacer lo otro?” Eso me recuerda que mi hermano menor (británico desde hace 30 años cuando se fue a Liverpool con una guitarra importada muy buena que mi mamá le había comprado en Caracas, -donde vivíamos-, en la que tocaba absolutamente todas las músicas de los Beatles), a los tres años de edad ya sabía jugar ajedrez además de sumar, restar, multiplicar y dividir. Yo misma lo había enseñado. Fue un error porque creo que por eso él es simplemente neurótico. La pedagogía Waldorf de Rudolf Steiner recomienda la enseñanza de la lectura, escritura (y supongo que también matemáticas y ajedrez) solamente después de la caída del primer diente de leche, justamente para evitar que haya un desequilibrio del desarrollo del niño cuya intelectualidad o “cabeza” sería, en caso contrario a lo recomendado, excesivamente mayor a “las manos” y “el corazón”. Además de la partida de las visitas me sentí como una hada madrina con su varita mágica al transformar la fea apariencia de mi computador, todo sucio, en uno nuevecito, “de punta en blanco” como decía mi primera suegra, al mudarlo para el cuartito que Eric y su abuela ocupaban (porque a la abuela le daba miedo quedarse en el cuarto de huéspedes), mudanza que tuve que hacer porque el marido de mi vecina y mejor amiga (creo) dijo que vendría a tratar de arreglar mi monitor que está rarísimo, pues la imagen se comprime en la mitad superior de la tela, aunque a veces está normal. Mi ex–sapo dice que con seguridad fue el niño que se puso a apretar cuanto botón vió.
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