lunes, 24 de marzo de 2008
DOÑ RITA
Ayer estuve todo el día huyendo y escondiéndome de Eric, el hijo de 3 años de la sobrina de mi ex –sapo, mi nieta =postiza que está hospitalizada. Cuando la abuela del niño (que lo único que hace es regañarlo por todo y pegarle y hacerlo llorar, -además de fumar y beberse nuestro vino) salió a visitar a la enferma, entonces quien se puso a regañar al pobre niño y a gritarle fue mi ex –sapo que lo mandó a acostarse a dormir y el niño durmió hasta que su abuela regresó del hospital. Apenas pude navegar por la Intrnet cuando él está en el cuarto de huéspedes (que queda atrás del taller de herrería) tomando baño, que es lo único que hacen allá porque el resto del día y de la noche donde están es aquí, pues en el cuarto de huéspedes no hay cocina ni televisión ni nevera. Le juré a mi vecina, psico analista y gran cocinera que cuando a la chica le den alta en el hospital asistiré a la misa de agradecimiento todo el tiempo de rodillas (menos el evangelio en que estaré de pie). Eso se lo juré por teléfono pues a nuestra hora de caminar estaba lloviendo. Lo mejor que me sucedió ayer fue el momento mágico por el que valió la pena haber vivido ese día que fue cuando, debajo de un fuerte aguacero, amparado por un gigante paraguas verde llegó el Sr. Antonio Maiz Verde (como es conocido por todos ese ex–payaso y ahora presbítero) con una bolsita donde habían 4 pasteles de queso calientitos, humeando, que su mujer doña Rita nos enviaba como obsequio. Mi ex–sapo se comió dos, y el niño y su abuela los otros dos. Me deleité viéndolos comer pues yo acababa de almorzar (vegetarianamente) y cepillarme los dientes, pero ellos estaban hambrientos esperando que estuviese listo un asqueroso pollo (aunque yo también como pollo al desayuno sólo que con plumas, pico y uñas: en forma de huevo).
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