lunes, 31 de marzo de 2008


Anteayer, estaba yo ayudando a mi ex sapo en su herrería, después de haber bajado los 500 escalones que conducen a mi capilla de Nuestra Señora de los Vientos (donde, por primera vez en los 16 años que tiene de existencia esa capilla, recé de rodillas un rosario completo, lástima que se me olvidó que ahora también hay misterios luminosos, además de los gozosos, dolorosos y gloriosos)...cuando escuché que el teléfono de mi casa (hasta donde nunca me da tiempo de llegar antes de que descuelguen si estoy en la herrería) estaba tocando. Algunos minutos después llegó (muy despacio, arrastrando los pies que es como ella camina a pesar de no ser una anciana) la abuela de Eric, y se recostó, incluida la cabeza, en la puerta de entrada de la herrería. Entonces mi ex –sapo y yo paramos de hacer lo que estábamos haciendo y yo le pregunté a ella que quién había telefonado. Entonces ella, casi llorando, muy bajito, me dijo que habían llamado del hospital para decir que (por su aspecto supuse una mala noticia) le habían dado de alta a su hija. Yo grité, salté, corrí a contárselo a mi ex –sapo, besé a Eric y abrazándolo por la cintura lo levanté y me puse a dar vueltas en el jardín. De repente me acerqué a la abuela y quise preguntarle si era el cadáver de su hija lo que habían liberado pero le dije que me extrañaba que estuviese tan triste. Y ella me respondió que estaba preocupada porque no tenía un centavo y no sabía cómo ir a recoger a su hija. Crucé la calle con el niño agarrado de la mano y le conté a mi vecina, mejor amiga, psico analista y gran cocinera, toda feliz y contenta, que ya habían dado de alta a la chica. Entonces ella fue a hablar con su hijo militar, que estaba allí pasando fin de semana, y él nos llevó en su carrazo cero kilómetros al hospital. Regresamos a casa, agarré el maletín (ya listo) del difunto primer esposo de mi nuera carioca y me fui a Rio de Janeiro capital en el autobús de las 2 PM y, sorpresa, mi hijo había reformado su casa que ya era bella. Los convidados a la parrillada de su despedida, sin excepción, no hallaban qué hacer para halagarme. Me sentí muy honrada y feliz. Creo que ellos hacían eso pensando que yo era una ricaza. Y soy. Lástima que al lado derecho de mi saldo bancario no hay una letra C sino una letra D.

No hay comentarios.: